El lema de la triunfante y exitosa compañía española de supermercados Mercadona es el de “supermercados de confianza”, y es que servir de confianza al usuario es una de sus premisas empresariales. Juan Roig, el padrino de la idea de Mercadona, se ha colocado como una de las mayores fortunas de nuestro país, merced a los ingresos millonarios que año tras año le acompañan; en la actualidad se estima que Roig posee un capital cercano a los seis mil millones de euros.
En este contexto, Mercadona ha dejado de ser un simple conglomerado de supermercados para convertirse en uno de los núcleos de poder más relevantes e influyentes de España. Aunque en tiempos de crisis Mercadona pueda haber presumido de haber creado empleo, obviamente la expansión de la marca no se ha correspondido con una contratación de personal proporcional ni con unas subidas de salarios a la altura de cómo la marca ha crecido.
Pero en Mercadona no todo son luces. El nombre de la marca ha aparecido envuelto en escasos de financiación ilegal de partidos, como quedó de manifiesto en los papeles del ex tesorero del Partido Popular Luis Bárcenas.
En la sombra del ascenso de Mercadona han perecido multitud de pequeños comercios y de mercados de barrio que no han podido soportar la competencia de un gigante cada vez más inflado que ha ido devorando y devastando a todos los peces chicos que encontraba en su camino. La explotación laboral y los despidos por embarazo o por enfermedades tan usuales como la fibromialgia son otras de las oscuridades de Mercadona.
Las ganancias jugosas de Mercadona con algunos alimentos hortofrutícolas contrastan enormemente con la ridícula remuneración económica que reciben muchos campesinos y agricultores; ellos dan vida a un alimento que después va a venderse por un precio desorbitado, por lo que el porcentaje de ganancia de la multinacional española es más que injusto y desproporcionado.